Atraer la belleza exterior al
corazón. Transformarla mediante una inspiración que pareció despistarse. Perderse,
marearse, hasta casi dejar de existir. Pero sigue estando en algún lugar aunque por un tiempo no parezca. Y vuelve a infundir en el ánimo ideas, composiciones artísticas bajo cualquier nombre. Para devolverlas entonces
al universo que prestó tanta gracia y un montón de maravillas, si se ha sido capaz
de percibirlas. Llenarse de aire nuevo. Concentrarse demasiado en algo, puede hacer
perder la visión del resto. Respirar y fluir. Recuperar esa visión cosmogónica.
Encontrarla en el romper de una ola en una noche de luna llena. En el sonido
del mar en el más absoluto silencio. En las chicharras siesteras de verano. En
los brotes de las plantas y árboles en agosto, presagiando la primavera. En los
colores que tenían las flores hoy, después de tanta lluvia. En los abrazos amigos
que escuchan y sostienen, sin interés personal ni oportunismos. Y al mismo tiempo esperan, porque saben que se va a llegar. Encontrar belleza aún en el dolor. Amor en el
sufrimiento y también en el miedo. ¿No es el amor que mueve todo y está en
todos? Si cada ser humano lleva consigo el germen de la chispa divina, todos
somos capaces de generar, inspirar, dar, recibir y aceptar amor. ¿No es eso un
milagro? Hasta en las situaciones más tenebrosas o difíciles. O precisamente
ahí, es cuando más se notan los destellos de luz y las personas que hacen la
diferencia. Y no importa nada más.
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