No hubo Virgen de Guadalupe,
ángel de la guarda ni San Antonio que pudiera confortar un corazón tan
atribulado. Quiso que fuera posible lo imposible, pero la razón y la ciencia
pudieron más que el sentimiento, la decisión y el sentido. Sofocado, se
desconectó. Dejó de reconocerse. Se perdió. Se dejó en suspenso y se aventuró
fuera de sí. Buscando su propio Dios. Un fundamento para su propia vida. Reclamó
más aire y más luz. Salvarse de la nada y de los días iguales a los días. Hasta
que al fin comenzó a extrañarse. Sus hábitos, sus pasiones y todo aquello que
lo hacía vibrar. Latir al compás del universo. Mirarse en el espejo. Vivificar
el alma. Recordar por qué se vive y comprender por qué se muere. Y se dio
cuenta que no se había ido a ningún lado. Que siempre estuvo ahí, aunque dormido de miedo y confusión. Se reencontró, se miró y se vio. Casi como si fuera un viejo amigo. Con la misma
esencia, las mismas pasiones, pero más vivo. Ahora,
con la sensibilidad aguzada.
Se extrañan sus textos, Flora. Saludos.
ResponderBorrarGracias jorge por seguir visitando este espacio y notarlo. En cualquier momento volverán... Le mando un beso.
ResponderBorrarLa leo siempre, Flora. Que ande bien. Un abrazo.
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