lunes, 19 de octubre de 2015

Historias



Ana cuenta historias desde siempre. Incluso cuando no sabía escribir, inventaba cuentos con los dibujos de los  libros para colorear mientras su madre oficiaba de escriba. Lo necesita para vivir. Para respirar. Para pensar y repensarse. Si está muy sobrepasada de emociones, no puede ordenar un párrafo con sentido.  Pero igual aprovecha ese tiempo para nutrirse de otras cosas. Estando  atenta, observando, escuchando…Trata de no perderse de nada y de  aprehender experiencias nuevas que le permitan trascender ese momento pasivo. Cuando se pierde es que se quedó sin herramientas frente a una situación nueva.  O porque tiene miedo. En el último tiempo conoció  personas con hábitos e intereses muy distintos, pero todos con algo en común: encontrar un sentido de trascendencia para la propia vida, con esperanzas y desesperanzas. En eso resulta que todos nos parecemos.
Pedro no escribe, pero cuenta historias a su manera. Su arte es otro. Cuando le preguntó a Ana qué escribía ella, o mejor dicho qué era lo que más le gustaba escribir, ella le contestó que recopila y guarda historias en un cuadernito que siempre lleva consigo. No las desarrolla ahí, las va anotando  como titulares para luego hacer una historia con cada una. Pero últimamente  no le sale. No sabe por donde empezar. El se sonrió, luego de dos horas y tres cafés y muy pausadamente le dijo:” No colecciones historias. Coleccioná amores. Las historias llegan solas . Ni siquiera vas a tener qué pensar por donde empezar porque van a hablar por si mismas.” Así que ahora Ana anota en su cuadernito historias  de amor. Todas las que se va acordando y merecen ser contadas. ¿Todas las historias de amor valen la pena? ¿O es mejor dejar alguna en el olvido?
La segunda tarde de cafés fue no en uno notable de Buenos Aires, sino en uno chumingo y olvidado en una esquina.  Pedro  preguntó quienes iban a ser los personajes y qué finales iban a tener. Ana no escribe policiales, ni terror, ni adscribe a algo moderno, disruptivo, atrevido o irreverente. Todo lo contrario. Es romántica. Contestó que todos sus personajes iban a ser luminosos de alguna manera, con amores apasionados e incandescendentes.  A lo que él respondió que en literatura estaba bien , pero que en la vida real los buenos no siempre tienen finales felices. Y es una verdad universalmente conocida, agregó.

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