En aquellos tiempos remotos en
que bastaba creer en algo para que fuera verdadero, existió una vez una rana
que se enamoró de una estrella. Si bien a simple vista son como de distinta
especie, el anfibio aseguraba que su estrella la iluminaba como ninguna otra. Que
el verde de su piel le brillaba como nunca antes. Que podía saltar más alto
cuanto más titilaba su astro. Percibía, aunque nadie pudiera creerle, que entre
ellas existía una magia particular. No sabía bien por qué , pero siempre le
pareció que su estrella la miraba distinto. Que cualquier otra estrella, u
objetos animados existen en el universo.
Mucho tiempo le duró el encantamiento.
Pero la noche en que los sueños estallaron, se dio cuenta que su astro adorado
era una ilusión. Aunque de a ratos parecía que iba a brillar, siempre fue solo
el reflejo de una estrella muerta. Un espejismo. Un delirio que se extendió por
largos momentos. Triste, muy triste debió haber sido ver sus últimos fulgores.
Su desvanecer y cómo se apagó el encandilamiento. Seguro que dolió como la
muerte. No solo el esfumarse, sino ver sin velos que su luz en el cielo era una
fantasía. Que su estrella nunca fue suya. Que no existió. La rana pensaba que era amor, y era tan solo una estrella muerta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario