También llamada constelación del
carro o montaña rusa. El firmamento nocturno se ve abrumado algunas noches de
mayo en este hemisferio, por el movimiento de sus siete estrellas principales. Suben y bajan según sus
diferentes sustancias químicas, su seguridad o por el contrario, su falta de
confianza. Esto hace que el espectro de luz cambie según la rotación de cada
una de ellas. Y también según el efecto de gravedad. Parecen ir del drama a la
comedia. A veces se potencian y crean nuevas galaxias en forma de espiral. Y
otras tantas crean circuitos pesados insanos. Divierten tanto como asustan. Se
desconoce cuál será su próxima dirección, su próximo giro.
Hasta Ulises, según cuenta Homero en La
Odisea intentó en vano guiarse por
ella para volver a su hogar. Algunas veces se sentía ir volando y otras de pie
o sentado, inmóvil. Sin llegar a ningún lugar. Es tal la inestabilidad que
suscita esta constelación, que se hace necesario neutralizarla. Para ello, nuevas
estrellas son creadas que mantienen su forma y su lugar. Entonces siguen siendo
útiles para los viajeros, los astrónomos y los poetas. Y hacen que el carro
siga funcionando.
jueves, 3 de mayo de 2018
martes, 1 de mayo de 2018
Un soplo de vida
El reino vegetal es la base, el
principio fundamental para los seres vivos más desarrollados. Las plantas son
artistas de la supervivencia y de la vida.
Nanna, diosa germánica de las flores
y su esposo, el dios de la luz Baldur,
notaron con inquietud que una planta
estaba perdida. El rayito de sol parecía delicado y quebradizo.
Vulnerable al clima y a las tempestades. A la tierra gastada y seca y también a
las pestes. Lo vieron desconectado de su alma y
muy lejos del aliento divino. Convinieron entonces en darle un soplo de
luz y amor puro sumergiendo la atmósfera en un brillo claro. Para ampliar el
horizonte y curar el dolor. Muy de a poco, el rayito empezó a comunicarse a
través de las raíces y el aire. Sin importarle si vivía en muros rasos, pudo
mirar a través del barro y el cemento. Consiguió asomarse de nuevo y como
siempre, en los lugares más insospechados. Con la tierra más húmeda y fértil
que antes, al fin, el rayito volvió a encontrar su lugar.
lunes, 15 de enero de 2018
Amores con vida propia
Las luces estaban apagadas. Las
puertas cerradas. Las estrellas escondidas bajo un tormentoso y sombrío cielo.
Una noche de enero, la oscuridad se iluminó con la fuerza del destello de un
relámpago. Neptuno y Lunara sintieron celos al ver una fuerza magnética más
poderosa que la suya. Las corrientes del Río de la Plata se les rebelaron. Las
náyades se vieron desafiadas y el oleaje las estremeció. Era uno de esos amores
que tienen vida propia. Que son encontrados sin esperar. Casualidad o
predestinación. Esos, los que pueblan las noches y mares de magia. Se cuelan sin preguntar. Se
salen del guión. Sorprenden y conmueven.
Alinean los planetas si se les permite. Abrazan el alma. La descosen, la
desarman y la vuelven a armar. La traen de vuelta entre cuentos y té de frutos
rojos. Su paz aquieta los miedos. Su seguridad disipa las incertidumbres. Su
paciencia y serenidad encuentra luz en las sombras más apabullantes. Y además
la hace brillar. Son esos que depuran y cambian el tiempo. Su contención
encuentra una cura para cada dolor. Prueban y fortalecen los corazones que los
perciben como una gracia divina. Los aceptan como el milagro que son y los
dejan navegar a su ritmo. Casi como si tuvieran vida propia.
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