Es la vida. El mejor juego de
todos los tiempos. Las figuras van
cayendo y hay que ver como acomodarlas. Como los relatos selectivos. Y las
personas tibias, que no encajan de manera
horizontal ni vertical. Así y todo en un instante, tratar de que no se escape
una mañana pintada de noche. Con
agilidad pero no muy rápido, solo como para no dejar espacios vacíos. ¿Y ese cielo color
café en degradé? Un parpadeo y ya no está. Son momentos. Momentos justos para los amores de bar. Que
hacen como que les importa el café de máquina espumoso. Pero se distraen y se
pierde la partida. Casi siempre hay un bonus track, pero es más difícil. Va más
rápido y los tetrominós caen desordenados, a su antojo. Pero quedan los amores
de hotel barato. Aunque huelan a humedad. ¿Qué más da? Si lo que importa es
ganar el juego. Un tetris. Azaroso. Se puede hacer elegante, aún bajo presión.
También es un arte la forma de jugar. Con tiempo y paciencia que no abundan, quizás se pueda llegar a aprender. Y seducir a la luna menguante de esta noche, para
que caiga justo en los sueños que tiene que caer. Y ahí se quede. En su lugar.
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