sábado, 11 de marzo de 2017

Un tetris



Es la vida. El mejor juego de todos los tiempos. Las figuras  van cayendo y hay que ver como acomodarlas. Como los relatos selectivos. Y las personas tibias, que no encajan de manera  horizontal ni vertical.  Así y todo en un instante, tratar de que no se escape una mañana pintada de noche.  Con agilidad pero no muy rápido, solo como para  no dejar espacios vacíos. ¿Y ese cielo color café en degradé? Un parpadeo y ya no está. Son momentos.  Momentos justos para los amores de bar. Que hacen como que les importa el café de máquina espumoso. Pero se distraen y se pierde la partida. Casi siempre hay un bonus track, pero es más difícil. Va más rápido y los tetrominós caen desordenados, a su antojo. Pero quedan los amores de hotel barato. Aunque huelan a humedad. ¿Qué más da? Si lo que importa es ganar el juego. Un tetris. Azaroso. Se puede hacer elegante, aún bajo presión. También es un arte la forma de jugar. Con tiempo y paciencia que no abundan, quizás se pueda llegar a aprender. Y seducir a la luna menguante de esta noche, para que caiga justo en los sueños que tiene que caer. Y ahí se quede. En su lugar. 

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