Un manto suave que me cubra para
dormir. De terciopelo azul con estrellas pintadas que reflejen el cielo de esta
noche. Que me iluminen y potencien el brillo que cuesta encontrar. Y en la parte interna ostente rosas rojas que se me peguen en la piel. Que
reaviven mi fuego. Aunque encendido, sigue tibio y no llega a crepitar. Un manto que me arrope y me cuide los sueños.
Los de la noche y los del día de mañana. Para que entonces los fantasmas aún vivos y los muertos que
todavía siguen dando vueltas, se suelten para siempre. Como los amores
desafortunados y pesados que ya no se pudieron cargar. O las concepciones a
destiempo y faltas de amor.
Deseos de liviandad y fluidez. De
sanación natural, eso es seguro. Tal vez con un cristal de Venus de tres pulgadas de
largo y tres de ancho. O tres varas de avellano que sirvan para encontrar magia
y señales en todo. Para poder ver bien el camino nuevo. Con los ojos limpios y
claros y una mente lúcida y despierta. En una mañana radiante y creativa que me
encuentre mirando hacia el Este.
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