¡Prevenidos! Se escucha desde los
pasillos. Paquita sabe que tiene exactamente cuatro minutos para salir a
escena. Se calza las zapatillas con pequeñas hojas de ruda dentro. No cree en la mala
suerte, pero en teatro hay cábalas y ritos que es mejor no tentar. Por si acaso. Termina
dando tres vueltas sobre su propio eje y tres respiraciones profundas. Está
lista. Hizo más de mil funciones iguales (¿iguales?) pero los temores siempre
son los mismos. Como la primera vez. La coreografía no cambia. Las personas y las situaciones, sí. Cualquiera
que ve la belleza y la perfección de su danza, creería que está segura y
confiada. Pero no. Cuando lo estuvo, fue
sobrepasada por el miedo. De perder. Una idea. Una convicción, una creencia. Una
posición y un lugar. Ya no tiene certeza. Tampoco miedo. Sino el pleno conocimiento
de que va a dudar y de que se va a sentir en el aire. Suele asustar lo
desconocido. Sabe que hay que salir para encontrar. Sabe que nada es igual nunca, nada se repite y qué va a pasar mañana es un misterio. De eso se trata. De encontrarlo y aprehenderlo. De disfrutar lo imprevisto. Entonces se descubre, se alegra y se
sorprende. Haciendo algo que no conocía. Sintiendo algo renovador. De vuelo en
vuelo, se deslumbra al conocerse distinta. Y se salva de la nada, de las
funciones sin sentido. De las personas momificadas en el vacío que se disfrazan de vida. De una noche igual a la otra.
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