Voy y vengo. Vengo y voy. Con una
mudanza a cuestas. No soy minimalista. Es sabido que llevo de todo por las
dudas. Por lo menos cartera, bolso con la computadora y bolso de belleza. A
algunas personas les causa entre gracia y ternura que proclame ese bolso así.
Es que justamente llevo elementos indispensables para rituales femeninos de
belleza . Y además esencias aromáticas para el hornito , otras cosas
igual de prescindibles, tres libros y ropa de dormir. Sé cuando llego,
pero nunca cuando me voy a ir. En un atisbo de practicidad , los tres libros y
la ropa para dormir quedaron a último momento en la mesita del living. ¿Para qué cargar tanto si vuelvo a dormir a
casa? Justamente hoy, me quedo. No tengo libros ni ropa de dormir. Así que me
prestaron un jogging y una remera. Chumingos. Ambos por igual, pero no me voy a
quejar encima. A veces uno se prepara mucho para algo que no hace, que no llega
, que no tiene su lugar ni su momento. Y cuando las cosas pasan es así, sin
aviso. Yo ya sabía de estas cosas. Debí haberlo imaginado. Pero la realidad es
que por más que uno haga o se preocupe, al final nunca se siente que está todo bien del todo.
Nada llega a ser como era esperable. Y no me traje chocolates. Mi adicción por
el cacao; ¿ va a ser tan fuerte como para volver a vestirme como persona
normal, cruzar a la estación de servicio con la calle desierta y atravesar el
frío de la madrugada ? Suena desolador.
Podría probar de pasar la noche solo con agua saborizada de naranja. Sin libros.
Sin bombones. Sin mi ropa para dormir. Capaz que no es tan tremendo y son
apegos innecesarios. Que eso sí, conviene ir dejando por el camino porque no
suman. No aportan nada. Puede estar bueno andar más liviana.
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