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Nos permiten vislumbrar quienes
somos y quienes podemos llegar a ser. Acompañamos a la (o el) protagonista en
un viaje épico en el que se enfrenta a monstruos invisibles. Cada uno de
nosotros le dará la forma o el nombre que quiera. Nos sumergimos hasta los
confines más oscuros del inframundo y nadamos entre los miedos. Hay que llegar
hasta el fondo, sentir la soledad y el más desesperado abandono. Codearse con
ellos y mirarlos a la cara. Hasta que los atravesamos. Los vamos corriendo,
desestimando. Les vamos sacando poder. Hasta que se desvanecen. Durante el
transcurso de este viaje, nuestro personaje valeroso adquiere más recursos. Se
convierte en un ser más inteligente, más sensible, más perspicaz. Más
consciente del mundo que lo rodea. Hasta que trasciende las adversidades. Se
entrena en el arte de ver e intuir. Agudiza la percepción y puede darse cuenta
con coraje y con fé de lo que realmente está ocurriendo. Entonces puede cambiar
o provocar cambios para hacerse dueño de su destino. Para que esta aventura
quede bien escrita y tenga un muy buen final. Esto tienen todos los cuentos de
hadas. Curiosidad y búsqueda sobre lo real y verdadero. Experimentar la
maravilla de un estado receptivo. “Maravillarse” con el placer de lo
fantástico. Con la aventura y los riesgos de la vida.
2/
Mi personaje quiere ser la
protagonista absoluta de su propio cuento. No conformarse con un tibio papel del montón. Con todos los
riesgos y esfuerzos casi sobre humanos que pueda implicar. Agudizar la percepción
significa también saber cuándo se está en el nudo de la historia. No importa
cuántos capítulos queden, pero tiene que ser un buen guión. Es necesario así, casi como una obligación
moral. Mi heroína se avergonzaría si lo hiciera de otra manera.
Cuando se vayan acercando los últimos
capítulos necesita sentirse orgullosa de
sí misma. Que la aventura haya valido la pena. Todos y cada uno de los días ganados
o perdidos. Pero con la tranquilidad de que hubo verdad y ardor en ellos.
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