Todos los escritores nos
parecemos en algo y tenemos nuestras propias particularidades. Conocer por qué y cómo otro escribe, es como mirar un
poco por una ventana, así como al descuido. El poeta patagónico parece un buen
tipo. Sin complicaciones. Es solitario y
se lleva bien con los silencios. Dice que sus escritos van a llegar a quien le
tengan que llegar en el momento adecuado. Disfruta sacando fotos de los cielos
y de las nubes sobre el mar. Cuando uno puede mirar un horizonte infinito, la vista se ensancha, se
expande. Se ve un poco más allá. Se conecta con la verdad misma del universo. Al
escritor del sur no le gustan las esperas ni las muertes. Ve la escritura como una
expresión artística. Y el acto mismo de
escribir como un estado de gracia y de pureza. Desconfía de aquellos que escriben
con el corazón. Según él, cuando gana la pasión se pierde objetividad. En eso
no nos parecemos. Cuenta que se enamoró a primera vista de Alejandra, de sus
poemas. Porque lo hacían sentir menos solo, en medio de vientos muy pero muy fuertes.
Ama los bares y los cafés de bar. En eso sí nos parecemos. Espera deslumbrarse
con “La poesía", en San Telmo y me pide que admita que ese bar ya es mío. Yo,
por supuesto, no me quejo.
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