Es mi hada madrina de verdad.
Ciudadana de este planeta Tierra. Una de las personas que más entiende mi obrar
y mi sentir. Me acompaña, me guía, me cuida. Conoce prácticamente todo de mí.
Lo más luminoso y aquello de lo que soy capaz. Mis luces escondidas que, con
mucha paciencia, trata de sacar a relucir. Conoce también mis debilidades. Mis
miedos. Inseguridades. Autosabotajes. Qué me hace sentir muy vulnerable y no me
gusta. Con qué bastoncitos me voy sosteniendo. Qué no me puede faltar. O que me
desestructura. Creo que incluso todo esto hace que me quiera más y a esta
altura, que me haya terminado adoptando, como ella dice. Es lindo que alguien conozca
todo lo peor de uno ( o por lo menos lo
que uno considera como peor) y no se escandalice. No juzgue. No critique ni
condene. O quiera imponer alguna receta mágica. Que si alguien las tiene,
seguro es ella. Solo me va ilustrando y dando herramientas para que siga mi
camino más luminoso. El que debe estar escrito en algún lado. Muy en el fondo,
eso todos lo sabemos, aunque a veces no lo queramos ver. Me hace ver las cosas
de otra manera, para que me despoje de patrones de pensamiento obsoletos. De
estructuras mentales viejas y gastadas. De todo lo que impida avanzar. No es
nada sencillo, hasta suele ser muy incómodo. Cada tanto le mando mensajes de
S.O.S. pidiendo una buena dosis de polvo de estrellas. Es que lo desconocido da miedo. La inseguridad
no es cálida, ni acogedora. Pero a veces es necesaria. ¿Sería bueno
acostumbrarse y empezar a verla como una
aliada? ¿Asumir los riesgos como sinónimo de aventura? O de cruzarme con lo inesperado. De dejar
espacio para sorprenderme. De confiar en los sueños y en la intuición. Y pensar
con el corazón. O sea, más limpio, menos rebuscado. Más concreto y real. De
algún modo, él sabe mejor cómo llegar a donde quiero ir.
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