O sea, la vida patas para arriba.
Decir “la vida” es muy amplio claro, pero a veces no se puede acotar. Cambios
necesarios. Pero ¿tantos, tan junto y
tan rápido todo? En el aire no hay de dónde agarrarse. Miedos básicos,
inesperados y profundos. Todos. Quisiera estar en mi ciudad. Empezar de nuevo desde ahí. ¿Y si vuelvo? Acá
no dejo de ser inmigrante, no es mi suelo, mi río, mis calles. Extraño mi tierra, mis lugares, mi gente.
Correr por la playa, mirar el atardecer desde las canteras del Parque Rodó.
Donde el horizonte se ve curvo. Y el
muelle de pescadores es una difusa línea en el río grande como mar. Me da una idea más acabada del universo. Aunque últimamente cuando estoy allá, siento
que ya no pertenezco. El tiempo pasó y
yo no estuve. Hay pequeñas casas de té y edificios nuevos y muchos hotelitos
por todos lados, que no conozco. Hasta me di cuenta de que me he olvidado el
nombre de algunas calles o el mapa mental de donde quedan. En el
aire estoy. No soy de acá, ni de allá. ¿De
dónde soy entonces? ¿Pertenezco a algún lado? Dicen que el lugar de uno es
donde está el corazón, que se siente así. Pero el mío ya ni sé dónde quedó. Se
perdió por el camino. Tengo una infinidad de preguntas sin respuestas. Voy a
tener muchas más. ¿Se puede empezar una vida nueva, muy distinta? ¿Con qué
base, con qué se sustenta? Los días, las horas, los minutos. O hasta eso cambia. ¿Dónde
uno se para para mirar diferente? Para vivir diferente. Preguntas. Dudas.
Miedos. Todos los miedos, todos. De cabeza o en crisis. No obstante, tengo algunas certezas. Quiero ser feliz. Honesta. No tengo
el más mínimo interés en vivir una vida de vidriera. Superficial. Pálida. No quiero espejitos de colores disfrazados de nada. Una vida que parece que
arranca, pero se queda en el intento. Un resquebrajado, esforzado aunque amoroso intento.
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