domingo, 2 de octubre de 2016

Ni con las salamandras



Una mañana cualquiera el espíritu se renueva. Otro tiempo nace. Suelta lo que se estuvo yendo solo. Lo que no quiso ser. Suelta desde la necesidad que trae paz. Casi como por decantación. Movimientos que se acallan. Promesas de fuegos que no llegaron a arder. Que se  fueron apagando solos.  Por falta de aire,  de motivación o de decisión. O simplemente porque no tenían suficiente razón de ser ni mejor destino.

Dicen que las salamandras dan vida a  setenta mil llamas por segundo. Para ello utilizan antiguos conjuros de la época medieval. Muy pocas aprovechan la alquimia de esta combustión espontánea e inexplicable  y perduran a través de los tiempos. La mayoría se apaga en un pálido y borroso intento que queda en el olvido.

Cambios que buscan otros aires. Otros fuegos con chispas nuevas. Con mejores posibilidades. Sueños que aniden con vuelo propio. Para cuidarlos. Dejarlos crecer y ver hacia donde quieren ir. Para escribir con otras luces.  




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