Sostiene que el amor atraviesa
los mismos circuitos cerebrales que el chocolate y la cocaína. Que activa las hormonas y neurotransmisores del
placer. Esto lo hace obsesivo e irracional casi necesariamente.
Recorre un viaje entre el placer de vivirlo y el dolor de su ausencia. Platón
sin embargo, lo ubicaba en el corazón, pero con el mismo poder embriagador y
compulsivo. Con las mismas alteraciones químicas, emocionales y espirituales.
Un sueño febril generado por una combinación de oxitocina, dopamina y
norepinefrina. Que inducen un estado de conciencia alterado clínicamente
verificable. Hacen sentir que hay algo
mucho más grande y trascendente que nosotros mismos y nuestras preocupaciones
sobre la existencia. Una noción de que hay algo que nos excede o nos rebalsa.
Ahora
entiendo por qué no ha resultado sencillo dejarme alcanzar por Cupido.
Necesito seguridad y confianza sin reparos para liberar oxitocina. O viceversa.
Todo se reduciría a eso. Implicaría menos control personal, más relajación y
apoyo en un otro. Altamente improbable. Gracias neurociencia por la
ilustración.