Escribo (II)
Sin ganas. Para justamente,
tenerlas. Recordar lo bien que se sentía y volver a hacerlo. Escribir en la
cama. Mientras escucho la lluvia y la sonata número catorce de Beethoven, Moonlight. Cuántas situaciones desgraciadas
y sin amor tuvo que pasar para, sin embargo, crear algo tan bello. El arte es
así. Los artistas son así. Son personas comunes que sienten las mismas
emociones que sentimos todos. Pero tienen un don que les permite trascender
ese barullo mediante una especie de alquimia o magia y convertirlo en algo que
permanece vivo. Sin importar cuántos siglos pasen y cómo cambie el mundo, aquello que emociona y
resuena en los corazones sigue siendo lo mismo.
Escribir para no estallar en
cinco mil cuatroscientos setenta y cinco pedazos . De impotencia y de malestar.
Para no putear en todos los idiomas. En los universales, los oficiales y los
más hablados. Escribir para que la realidad inevitable no abrume. Para ver si
encuentro algún consuelo en mi que nadie más puede dar. Para encontrar algo de coherencia y
sentido. Escribir para colgarme de un hilo invisible que trascienda todo. Para
ver que no hay nada tan fantástico ni tan
tremendo. Aunque ni yo me crea lo que escribo. Para aceptar que no sé cómo va a
estar todo. Que vuelvo a tener un millón
de preguntas , de dudas y de miedos. No tengo todas las respuestas. No sé que
hay por delante. Lo único seguro ahora es mi inquietud, este teclado, la lluvia
y la música de Beethoven.
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