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Anita Klein es autodidacta. Desde
chica encontraba en qué entretenerse. Manualidades, pintar, leer, escribir,
jugar a las muñecas. Le encantaba jugar con todas sus muñecas. Las vestía, las
desvestía, les preparaba la cama, las llevaba a pasear. Les hacía ropa, les
ponía nombres. Las hacía jugar, como si fueran personajes. Hasta les inventaba
la voz. Cuando le preguntaban qué quería hacer cuando fuera grande, ella contestaba muy
simple: mamá. Nada de veterinaria, doctora, maestra de escuelita rural,
astronauta o locutora. Ella solo quería ser mamá. Siempre fue madura para
su edad y muy responsable. Hacía con naturalidad muchas cosas, cada
una a su tiempo y le salían bien. Su primer torta ( de chocolate) la hizo en el
piso de la cocina porque no llegaba a la mesada y le quedó perfecta. Las vacaciones en casa
de una de sus abuelas en Colonia eran su tiempo mágico. Jugaba en la quinta,
aprendió mirando como se cuida una huerta, como se hace un cuadro, como se lija
y se pinta un mueble con oro en polvo y extracto de cáscara de banana. A amasar
tallarines y hacer el hojaldre para un pastel de crema. A hacer mandados y
recorrer un pueblo entero en bicicleta. A entrar al bar del viudo Lima a
comprar Crush y ni mosquearse con todos los viejos mamados a pleno mediodía.
Viejos borrachos de pueblo un mediodía de febrero en 1980. Inofensivos y
respetuosos. Chupandines, pero no insanos. A la tarde buscaba el pan francés en lo de Nelly , una especie de Celia Cruz
blonda, con catorce pulserotas gruesas que le llegaban hasta el codo. Y que a
ella le encantaba hacer sonar cada vez que agarraba un pan. Nelly siempre decía
que simpática era la nietita de Petit. Los citadinos en un pueblo no siempre caen
bien. Pero Anita era simpática, conversadora, alegre y caía bien. Nadie nunca
dijo que nena maleducada. La abuela Petit le enseñaba también a hacer las
tareas hogareñas. En una casa en un pueblo de cuatro manzanas, no
en un departamento. Una casa con quinta, huerta, despensa, quincho, techos
altos, cuarto de huéspedes, mucho fondo, muchas plantas. La abuela le enseñó
desde carpir malezas hasta lavar pisos, platos, pesar fruta para hacer dulces y conservas.
Siempre decía lo mismo: “Así vos tengas quien te ayude en tu casa cuando seas
grande, tenés que aprender a hacerlo vos, si no ¿como vas a poder dar
indicaciones o saber si está bien hecho o no?” Y no se equivocó. También había
tiempo para leer de la variada biblioteca del abuelo Orlando. Obras clásicas, Selecciones y muchas biblias y
temas religiosos. Cuando venía Blanca, la mejor amiga de Petit, Anita le
recitaba encantada el Salmo 23. Se lo sabía de memoria y le gustaba. Dicen que
leía tanto la Biblia y había aprendido a buscar en el índice “donde encontrar
ayuda si estás temeroso, angustiado, lejos del hogar, sintiéndose incomprendido,
desalentado…etc", que la madre temía que fuera a ser
monja. Sin embargo esta nena disfrutaba auto resolviendo sus inquietudes o
necesidades espirituales o emocionales. Así, tan natural fue desde el
principio, hacer las cosas sola y bien. Nunca nadie la ayudó en la tarea y fue
abanderada. Aprendió observando lo que le agradaba. Lo que no , supo
modificarlo y no repetirlo. Hasta esa lucidez tuvo. Las cosas le salían bien. Todos los demás también se acostumbraron y la dejaron. Es bueno que una
niña no de mucho trabajo. Y cómodo, supongo. ¿Para qué cambiar algo si funciona bien?
2/
Anita creció y sigue haciendo
todo sola. Cada tanto le dicen que es individualista como un reproche, pero
luego la felicitan y dicen que la admiran por eso mismo. Sabe qué hacer y cómo.
Es organizada y metódica para lo que es necesario, para la vida, la familia,
la casa, el trabajo. La mayor parte de las cosas le siguen saliendo bien cuando consigue
realizarlas. Ella no eligió eso. Se dio
así. En una familia siempre hay alguien que parece ser más fuerte o menos
necesitado. Otros parecen, en cambio, requerir más atención. En eso todas las
familias se parecen. Aunque cada una a su manera y con sus particularidades.
3/
Es agotador y tedioso no poder descansar.
Sería maravilloso que pudiera delegar una partecita de algo en alguien, pero
no. Ni siquiera los temas que debería llevar adelante un profesional. O varios,
mucho peor. No ha resultado. No resulta. Es entre gracioso e irónico cuando le dicen
que es excesivo todo lo que hace. Pero cuando ha pedido ayuda, casi nunca
la tuvo. No porque no se la quisieran dar, sino porque cada persona tiene su propia vida y sus cosas de que ocuparse. Tal vez ni energía les queda o tiempo para algún tipo de contención emocional. Hubo días en que Ana estuvo desconectada de sus propias emociones por tanta angustia y preocupación. De exceso de cosas por resolver. Todas
importantes. Ella no se queda tirada en la cama, ni llora abandonándose a
su suerte. Mucho menos anestesiarse o exaltar su espíritu artificialmente. Prefiere vivir todo con intensidad, como es y no perderse de nada. Aunque a veces no sea lo más sencillo. Hace lo que tiene que hacer. Y siempre puede. Claro que tiene sus costos.
De pronto se marea, tiene náuseas, mucho frío o no come. Menos mal que
algo le pasa, es un ser humano. Entonces ahí le vuelven a decir que tiene que
pedir ayuda , que si no se va a enfermar. Es fácil cuando se ve de afuera, pero a veces no hay opción para elegir. El día que se sintió vulnerable y
desconectada, supo que solo una persona la podía traer de nuevo a ella
misma. Pero no. No se pudo. Entonces
volvió a arreglarse sola, es algo que conoce de memoria. Y a fortalecerse en
esa vulnerabilidad. No lo eligió. Otra vez. Fue la única manera. Parece ser que
es la historia de su vida. Tampoco se queja. Sabe que cada uno elige la
vida que quiere vivir. Con las circunstancias que le toquen , con todas las alegrías
o dificultades que hayan sobrevenido... Uno se puede quedar paralizado, avasallado por una
serie de sucesos desafortunados y asumir ese rol. O se puede mirar la vida de frente y poner las cosas en
su lugar. Dirigir la nave hacia el puerto buscado. Solo
uno mismo lo puede hacer, con lo que vaya teniendo y vaya pudiendo. Lo demás, vendrá solo y caerá por su propio peso. A veces puede parecer que el suelo va a colapsar bajo
nuestros pies. Pero no. No pasa. Al otro día sigue ahí y no sabemos ni como,
pero nos sigue sosteniendo .
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