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Dieciseis años. Más cinco meses
de novios. Eligiendo caminos. Necesariamente descartando otros. Nadie nos tenía
mucha fé, pero igual nos acompañaron en nuestra locura. En cada una de las
tantas que hicimos. A pesar de lo muy distintos que somos, en eso nos
parecemos. En lo inconscientes y osados. Pero el amor no conoce tiempos de
calendario ni pautas convencionales. No sé ni como llegamos pero acá estamos. Hace
un tiempo esto era improbable. En dieciséis años pasaron muchas cosas.
Nacimientos y muertes. Comodidades y apremios. Aprendimos que no hay nada absoluto en la materialidad de
las cosas, sino que todo es relativo, cíclico, circunstancial. Sueños cumplidos
y otros tantos quedados en el olvido. Desilusiones. Proyectos truncos,
angustias, desvelos, frustraciones.
Infinidad de momentos felices. Como cuando vivíamos en la casa de Solymar
frente a la playa y las noches de luna llena cruzábamos con los perros y las
copas a tomar vino en la arena. O los panqueques que hacías de madrugada y disfrutábamos
en la alfombra casi metidos en la estufa a leña. Siempre fui friolenta. Amaba
esa estufa y el arte de mantenerla encendida. El desayuno de reina los sábados
en la cama. Debe ser cierto eso de la
memoria selectiva, porque la mayoría de mis recuerdos son felices. Sobre todo
de las épocas en que no teníamos un mango. Terminábamos desarrollando
habilidades y nos reíamos de nuestra creatividad. El posible circuito de una
pareja ha sido recorrido casi en su totalidad. Disfrutado y padecido. La
mayoría de las veces nos hemos acompañado bien. En dieciséis años hemos vivido
muchas más cosas intensas que las que algunas personas viven en toda su existencia. Y otras muy comunes, como dormir con los pies entrelazados, mientras yo me acuchaba con la cola fría,
hasta terminar durmiendo en el borde de la cama. Buscamos espacios propios, incluso
habitaciones individuales. Antes
hacías mucho ruido y me prendías las luces
a la mañana. Ahora usás una linterna sigilosa para buscar en un cajón y entornás la
puerta para dejarme dormir. Antes te molestaba el sonido del teclado en la cama, ahora me dejás la luz prendida hasta que yo me duerma. Don Mario tenía razón. Qué complicado es el amor breve y qué sencillo en cambio, el largo amor. Dieciseis años de abismos insondables y de puentes
que tuvimos que construir. A veces sólo por instinto de supervivencia, pero lo
hicimos. Dejamos pasar angustias, ausencias, reparaciones obsoletas, equivocaciones,
reencauces . Tu vehemencia al final entendió mis silencios matutinos y mi
tranquilidad. También mi “particular sensibilidad” como vos decís. Dieciseis años y no sé cómo llegamos. Como si
fuéramos bordeando una ruta, a veces más
cerca, otras muy distantes. Pero vamos
siguiendo juntos. Hemos estado cada uno para el otro en lo que realmente
ha importado. Haciendo lo mejor que hemos podido. Eso es seguro. Lo fuimos aprendiendo. Ya sabés que me
llevo mejor con la honestidad brutal que
con los compromisos inventados. Seguís queriendo
proyectar nuestro futuro y tener más hijos. A esta altura estoy empezando a creer que me amás
en serio.
2/
Qué distinto al último
aniversario. Ninguno le dio particular interés, salvo la cena. Un año fuera de
lo común puede traer más luz que una vida entera. Una enorme experiencia de
amor transforma todo. Impregna los siete
cuerpos etéreos y hasta los huesos. Se abren puertas impensadas de amor, de
creatividad, de alegría, de inspiración. Una experiencia como esa modifica todo
para siempre. Es una la que cambia y con eso, todo alrededor. Se vuelve más
empática, más comprensiva. El amor de cuento de hadas, ese que ilumina, que
inspira, que motiva, ya no se busca porque se conoce. Sé sabe cómo se siente. Y
se despejó la incógnita. La receptividad y apertura a cualquier otra manera de
amar es mayor. Se logra entender que cada uno ama como le sale, como puede y
con su manera particular. Esta bien así. No todo tiene que ser como una hubiera
esperado o deseado. Las expectativas y deseos son propios. No pueden basarse en
el accionar de otro individuo. Cuando se entiende esto, es posible recibir y abrazar otras formas
de amar tal vez en su máxima expresión.
3/
Las alianzas se añejan en un cajón. Hace días que nos venimos
preguntando si renovamos los votos. Es como casarse de nuevo pero con más
tiempo para pensar. Volver a elegirnos. Mirar hacia adelante con otra
convicción. ¿Aprovechamos las bodas de
hiedra?
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