martes, 16 de agosto de 2016

Olivos, en agosto



Los empedrados presagian la primavera y vuelven a escuchar susurros de amor. Él le dice cuánto la ama y que es única en su vida. Ella le dice que no le cree. Él le miente , pero sí la ama. Ella en el fondo un poco lo cree . Otro poco no, pero no le importa porque también sabe que la ama. Los naranjos se confunden y brotan las primeras flores de azahar. Tan blancas y pequeñas, pero con un perfume tan intenso que de a poco impregna todo. Aunque no quiera. Las calles y todas  las casas. La plaza, la iglesia y los colegios dormidos. Ella se pregunta por qué las personas falsean tanto, por qué se mienten a sí mismas. En la escritura, el corazón y el pensamiento.  Pero recuerda que prometió menos preguntas. Entonces hace como que se olvida y se aligera. Las palabras se quedan mudas de encanto en el puerto. Dejan que los mástiles canten y bailen y le sonrían a la luna amarilla. Casi anaranjada, como la luna de papel. El río, divertido y tranquilo la refleja . También la ama. Igual que el asfalto, los peces y los gatos. O los flamantes enamorados, que absortos la contemplan  mientras  se mecen desde la proa del Oberon. Y se duermen, rendidos, ante tanta belleza.

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