En los últimos tiempos está
circulando la creencia de que el príncipe azul es un mito. De que nadie es
perfecto y este tipo de realeza particular no existe. Esta teoría es
preocupante y falsa. Es más cómodo
quedarse con sapitos tiernos que andan revoloteando por los charcos y
conformarse con eso. No querer más, no pretender más. No es de extrañar que las
relaciones vinculares fracasen y se busquen distracciones de todo tipo. En fin,
que la vida se transforme en un verdadero aburrimiento y hastío existencial.
Ese sería el sinónimo de las relaciones superficiales y livianas para un ser
romántico , apasionado y sensible. Es así. Sin un príncipe azul bien plantado,
la vida es un tedio.
Para empezar, hay que definir
términos. En los cuentos de hadas originales, los príncipes no eran perfectos.
Eran hombres comunes que pasaban muchas pruebas necesarias en el camino y eso
los convertía en virtuosos. Venían del propio reino de la princesa en cuestión
(Blancanieves, Bella durmiente, etc), o sea
de su propio “yo” a traerla de vuelta, a despertarla a la conciencia. A
despertar su alma. Llegaban en el momento perfecto, en el que tenían que
llegar, ni antes ni después sino en el minuto exacto. Los que llegaban a
destiempo, morían en el transcurso de las pruebas no superadas. Esto era según la época del alma ,que nada tiene que
ver con el calendario. Cuando se encontraban los dos, hombre y mujer, volvían a
la realidad juntos. Y se formaban las leyendas. Así nacen los cuentos de hadas.
En la vida real este tipo de
hombre no es el equivalente a un gran compendio de virtudes, hazañas
recopiladas y perfección hecha carne. Eso es lo que no existe. El príncipe azul
es diferente para cada una y uno solo perfecto porque es como un guante, calza
justo. No se busca, se encuentra. Un poco por azar, por magia, o por fuerzas
invisibles que entrelazan los destinos a su antojo. Es inobjetable, ineludible,
incuestionable. O sea, no hay manera posible de esquivarlo. Se puede tardar más
o menos tiempo, hacerlo con gusto o a regañadientes, pero se termina aceptando
sin lugar a dudas. Porque nos hace confrontar con nuestras sombras. Saca a luz
nuestra mejor parte, aún la que desconocíamos. Provoca admiración y cuidado
profundo. Aunque él no se de cuenta. Con verlo actuar y escucharlo nos inspira
a ser mejores. En bondad, en paciencia, en nobleza. En creatividad. Despierta
tantos costados sensibles que todo lo artístico está a flor de piel. Brota a caudales. Da como cierto aire de alivio, de libertad, de no necesitar nada más. De una especie de amor desconocida y renovadora. Transformadora. Nos ilumina tanto que cualquiera que nos conoce, lo nota a nuestro paso. No es esta una visión normal, aludiendo a
común y corriente, claro está. Es eso precisamente lo que hace que sea él y no
otro ni veinte más. ¿Cómo darse el lujo de cuestionar semejantes cosas?
¿Cuántas veces en la vida una persona puede vivir esta gracia infinita y darse cuenta de ello?
Por supuesto que este príncipe no
es etéreo, sino bien humano. Encima. Es
capaz de generar una gran pasión. La energía sexual es la fuerza más potente
del universo. Conlleva el germen de la creación. El príncipe azul embriaga los
sueños y el alma. Desborda el alba, las noches frías de agosto y las tardes de
lluvia. Particularmente los días de equinoccio
y solsticio, cuando los seres elementales se encuentran más activos, esta
tipología de príncipes hace trepidar hasta a la fémina más insensible.
https://www.youtube.com/watch?v=GqgQsy4BFQg
ResponderBorrar¡Muy bello!
ResponderBorrarSerá que yo sueño despierta, porque mi príncipe es muy real eh...¿Usted no cree que la luna igual siempre está y es una elección salir a buscar el verso cada día? ¿No cree que Horacio era el príncipe de Mimí? (perdón de Lulú)
Ya lo creo, Flora. El que quiere arañar la luna, se arañará el corazón.
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