Lo soñado está por cumplirse.
Falta poco. Sin embargo ese tiempo parece que fuera un lustro y que costara
más que todos los pasos previos.
Los duendes de Hyter, con su pequeñez y su
insulso color arena se atreven a marcarme todos mis errores. Y mis defectos. En los últimos
días sus ojos verdes se me aparecen hasta
en el jazmín paraguayo que perfuma desde la ventana. Me dicen qué no tengo, qué
no soy y qué me falta. Me puedo hacer la necia un rato y hacer como que no me
importa, pero la verdad es que sí. Consiguen que se asomen todas mis inseguridades y miedos
imaginados. Eso no es bueno. Yo solo cuando me siento segura y relajada en algún aspecto, puedo sacar lo mejor de mí. Ya me conozco. Pero ahora pienso en todas las posibilidades
que podrían ocurrir. Las he visto todas con claridad, desde el mejor escenario
hasta el más pobre y lastimoso. Hasta ese peor incluso, es mejor que esta
incertidumbre de los pasos previos y esta tentación a dejar todo así. ¿Para qué
arriesgar tanto? ¿Por qué complicarme la vida pudiendo elegir algo más fácil? ¿Vale la pena tanto trabajo y
esfuerzo? ¿Va ser redituable? ¿Y si no? ¿Me va a hacer feliz? ¿Qué necesito
para que así sea? ¿Es real la motivación? ¿ Es amor lo que me mueve o es un
objetivo material?
Yo misma me contesto que sí a
casi todo. Que es amor puro lo que me mueve y me hace feliz en este proceso.
Que si no es redituable no me importa y que vale la pena todo. Que me lo debo a
mi y a ella. La luz que me guía y me acompaña. Que ya es tiempo de que siga su propia estela y su vuelo refulgente. Le agradezco y la libero. Ya lo puedo hacer. Entonces no me importan ni los
duendes en el jazmín. Los mando de vuelta a Lincolnshire y me digo: menos, Florencia. Menos
preguntas. Muchas menos preguntas.
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