Un 25 de agosto la iglesia del
Huerto de los Olivos se convirtió en un velorio. El viejo campanario no sonó. Las piedras de las calles aledañas que son muchas, se veían apenas de un gris pálido. Es difícil explicar la muerte. ¿Cómo hacerlo para una niña? ¿Cómo
los cimientos resistieron tanta pena? Compañeros de clase y amigos de doce años de
edad. Un colegio cerrado por duelo. Las maestras, que estaban
más apartadas. Las mamás en los bancos del medio. En las primeras filas
, nenes y nenas mirando el suelo. Con prudencia y pena se
abrazaban, consolándose entre ellos. ¿Cómo se puede explicar lo que
ni una entiende? ¿Cómo encontrar palabras que no existen? No están
inventadas. No para estas cosas. Cuando la mamá más apesadumbrada entró, se hizo silencio. Avanzó por la nave central sola, adelante de los
que la venían acompañando. Caminó segura y firme. Los allí presentes se
levantaron como cuando entra el sacerdote o una novia. El respeto y la
admiración impregnaron todo. El día más triste ninguno de los que estuvo ahí lo ha olvidado.
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