En la realidad. Sin tratar de
entender el ayer. Sin pensar cómo será mañana. Disfrutar de la música que estoy
escuchando ahora y de mi té de jazmín y menta. No apurarme a terminar mi diario
como pretendí en algún momento. Le quedan pocas páginas antes de empezar el
próximo. Escribir con todos los colores y detalles que me plazca. Elegir la
pluma. Disfrutar estos últimos detalles. Hasta puedo garabatear pequeños
dibujos en los márgenes. O pegarle una linda hoja de otoño color granate. Así
me queda un recuerdo más vivo de estos días. Me toquen alegrías o tristezas. No
desestimar las primeras y tampoco rehuir o apurar las últimas. Aprender a
aceptar y celebrar cada cosa como se presente. Sea una lágrima o una risa. No
apurarlas aunque tampoco estirarlas. No es sencillo, pero es sabio, creo. Que
si termino de incorporar esto, habré vuelto a encontrar mi paz, mi equilibrio y
mi armonía.
lunes, 26 de junio de 2017
sábado, 24 de junio de 2017
Las hojas no se caen - José María Toro
"Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja.
Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja “se cae”, sino que llegado el escenario del otoño inicia la
danza maravillosa del soltarse.
Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición al desprendimiento.
Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad y profundo de sabiduría:
la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y en actitud de renovación.
La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío dejado por ella es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
La coreografía de las hojas soltándose y abandonándose a la sinfonía del viento traza un indecible canto de libertad y supone una interpelación constante y contundente para todos y cada uno de los árboles humanos que somos nosotros.
Cada hoja al aire me está susurrando al oído del alma
¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!.
Cada hoja que se desata queda unida invisible y sutilmente a la brisa de su propia entrega y libertad.
Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento
de creatividad ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.
Reconozco y confieso públicamente, ante este público de hojas moviéndose al compás del aire de la mañana, que soy un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
Tengo miedo ante la incertidumbre del nuevo brote.
Me siento tan cómodo y seguro con estas hojas predecibles, con estos hábitos perennes, con estas conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados, con este entorno ya conocido…
Quiero, en este tiempo, sumarme a esa sabiduría,
generosidad y belleza de las hojas que “se dejan caer”.
Quiero lanzarme a este abismo otoñal que me sumerge en un auténtico espacio de fe, confianza, esplendidez y donación.
Sé que cuando soy yo quien se suelta, desde su propia
conciencia y libertad, el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.
Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio, tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más agresivo e impetuoso y caerán al suelo por el peso de su propio dolor."
Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja “se cae”, sino que llegado el escenario del otoño inicia la
danza maravillosa del soltarse.
Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición al desprendimiento.
Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad y profundo de sabiduría:
la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y en actitud de renovación.
La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío dejado por ella es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
La coreografía de las hojas soltándose y abandonándose a la sinfonía del viento traza un indecible canto de libertad y supone una interpelación constante y contundente para todos y cada uno de los árboles humanos que somos nosotros.
Cada hoja al aire me está susurrando al oído del alma
¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!.
Cada hoja que se desata queda unida invisible y sutilmente a la brisa de su propia entrega y libertad.
Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento
de creatividad ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.
Reconozco y confieso públicamente, ante este público de hojas moviéndose al compás del aire de la mañana, que soy un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
Tengo miedo ante la incertidumbre del nuevo brote.
Me siento tan cómodo y seguro con estas hojas predecibles, con estos hábitos perennes, con estas conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados, con este entorno ya conocido…
Quiero, en este tiempo, sumarme a esa sabiduría,
generosidad y belleza de las hojas que “se dejan caer”.
Quiero lanzarme a este abismo otoñal que me sumerge en un auténtico espacio de fe, confianza, esplendidez y donación.
Sé que cuando soy yo quien se suelta, desde su propia
conciencia y libertad, el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.
Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio, tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más agresivo e impetuoso y caerán al suelo por el peso de su propio dolor."
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Vida
miércoles, 21 de junio de 2017
martes, 20 de junio de 2017
Autocrítica: batallas
¿Cuáles estoy librando? Si se vuelven muy costosas; ¿tienen
sentido, cuál es su propósito? Tendría que encontrar su razón y los obstáculos que tengo en el
camino. Por momentos no basta sólo fluir, sino crecer. Esas fallas o defectos con toda seguridad sean
algo de lo que tengo que aprender. Para
vivir más simple, más feliz, más liviana. Esas debilidades más que una preocupación u
objeto de desánimo deberían ser un estímulo, ya que significa apuntar más alto.
Tratar de mejorar. ¿Cuál es el enemigo que realmente estoy tratando de vencer?
Si existe, lo tomo con agradecimiento. Importa darme cuenta en qué parte del
plan es que me perdí y se me escapó la armonía. Si reconozco las virtudes que
más admiro en otras personas, o los defectos que me producen mayor rechazo, seguramente veré aquello de lo
que carezco o necesito trascender. ¿Como el desapego? Solo se nos arrebatan las
cosas que no queremos entregar. Decidirlo con el intelecto es más fácil. Sentirlo desde el alma y llevarlo a la práctica, no tanto.
Soñar en grande
Preparar el cuerpo y el alma para
el sueño más deseado. Anidar imágenes, amor, ilusiones. Pensar y desear con lo
más verdadero que pueda haber en una, con la más pura esencia, la vida que
desea ser vivida. Soñar y verse en esos sueños. Imaginar la gracia divina que
todo lo impregna y todo lo sabe. Esta vez la luna acompaña e incontables estrellas titilan
como si rieran. Como guiños del firmamento en una noche gélida de junio. Proyectar. Crear esa realidad. Los proyectos
vivifican a las personas, a las parejas. Si además ese proyecto es de amor, las
luces se encienden nuevamente. Sin recuerdos. Sin temores.
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