Tener flexibilidad. Perder tres
turnos hasta la próxima tirada. Quedarse mirando con la ñata contra el vidrio.
Aceptar que los momentos de quietud y de silencio son tan necesarios como los
de actividad. Aprender a reconocerlos y darles lugar antes de que se impongan. Fluir.
Escuchar al alma. A veces no queremos hacerlo.
No estamos dispuestos. Otras, no nos gusta lo que escuchamos, nos descoloca. Nos
obliga a cambiar nuestros planes, nos sacude un poco. Nos quiere desalojar de
nuestra seguridad y comodidad ganadas. Si así estamos bien…¿para qué cambiar? El libre albedrío decide por acción u omisión.
Decidimos todo el tiempo. Aún así, a la larga el alma nos habla. Cuando
percibimos sentimientos puros, libres de cualquier determinación intelectual,
ajenos a cualquier construcción mental. Cuando estamos en paz y nos sentimos
bien, nada más sencillo y más natural que eso. Sabemos que es lo mejor para nosotros en ese
momento, lo que estamos necesitando. Cuando por el contrario no estamos en paz,
algo no termina de convencer, no nos
deja tranquilos… podría ser el indicio de que no va por ahí la cosa, de que
algo no va andar bien para nosotros. También el alma nos puede hablar cuando
sin ninguna razón aparente hacemos propias palabras ajenas que nos emocionan de
alguna manera. Algo que leímos, que escuchamos, que vimos en la calle o alguna
frase o idea que nos acompaña . Como por arte de magia aparece y era justo lo
que precisábamos. Sin saber por qué depositamos nuestra esperanza en ella. A medida
que nos hacemos conscientes de este proceso, cada vez le tenemos más fé.
Estamos más abiertos y receptivos y confiamos más en la intuición. El ego y la
mente pierden poder . Nos damos cuenta de que cuando están en discordancia con
el corazón, solo obstaculizan.
Cuando se está en gran duda, lo mejor es hacer
una pausa. Respirar hondo con la seguridad y la confianza que teníamos cuando vinimos al mundo. Y dejar que el
universo nos vaya mostrando, de nuevo, el camino.
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