En algo se parecen todos los
analistas. Tratan de mantener el statu
quo. No importa si trae felicidad o infelicidad, pero parece que es prioritario mantener la armonía y la estabilidad. Por otro lado, basan todos los
pesares y las alegrías en el sexo. Su falta o su exceso. Los lunes preguntan
“¿qué hiciste el fin de semana, tuviste sexo?” . Como si solo pudiera ocurrir
en el fin de semana o este estuviera predestinado a ello. Si la respuesta es
no, caramba, hay que darse un permiso.
Si en cambio es afirmativa , el mundo anda sobre ruedas. Si fue un orgasmo
detonante y fanfarrón, genial. Si fue múltiple, ni se necesita terapia.
Es todo lo que importa. Si el tipo era un tarado, o fue frío y vacío, es un
detalle menor. Lo que importa es el propio placer. El otro, hará su historia y
de última que vaya también a terapia. Una vez le recomendaron el libro de
Angeles Masttreta, “Mujeres de ojos grandes”. En uno de los cuentos, la
protagonista contaba que cada noche se imaginaba que estaba con un hombre
distinto del pueblo. ¿No hubiese sido mejor en todo caso que lo hubiera llevado
a cabo? Ella lo contaba orgullosa, de cómo su matrimonio había durado treinta
años. Para los psicólogos todo pasa por las propias fantasías y el imaginario
personal. Lo que no ocurrió, sin embargo, no existe. Es suposición o imaginación.
Lo incomprobable, no existe. Razones del corazón no hay. Es el cerebro
determinado por las experiencias primarias familiares. Demasiado cientificismo
pelotudo. Así y todo Ana sigue yendo aunque todas las semanas se pregunta para
qué. Sale agotada de defender sus ideas y aún más convencida que antes de
entrar. Por suerte tiene espíritu crítico y toma sus propias decisiones. Como
de costumbre.
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