viernes, 18 de marzo de 2016

Para qué ir a terapia (o no) Parte II



En algo se parecen todos los analistas. Tratan de mantener el statu quo. No importa si trae felicidad o infelicidad, pero parece que es prioritario mantener la armonía y la estabilidad. Por otro lado, basan todos los pesares y las alegrías en el sexo. Su falta o su exceso. Los lunes preguntan “¿qué hiciste el fin de semana, tuviste sexo?” . Como si solo pudiera ocurrir en el fin de semana o este estuviera predestinado a ello. Si la respuesta es no,  caramba, hay que darse un permiso. Si en cambio es afirmativa , el mundo anda sobre ruedas. Si fue un orgasmo detonante y fanfarrón, genial. Si fue múltiple, ni se necesita terapia.  Es todo lo que importa. Si el tipo era un tarado, o fue frío y vacío, es un detalle menor. Lo que importa es el propio placer. El otro, hará su historia y de última que vaya también a terapia. Una vez le recomendaron el libro de Angeles Masttreta, “Mujeres de ojos grandes”. En uno de los cuentos, la protagonista contaba que cada noche se imaginaba que estaba con un hombre distinto del pueblo. ¿No hubiese sido mejor en todo caso que lo hubiera llevado a cabo? Ella lo contaba orgullosa, de cómo su matrimonio había durado treinta años. Para los psicólogos todo pasa por las propias fantasías y el imaginario personal. Lo que no ocurrió, sin embargo, no existe. Es suposición o imaginación. Lo incomprobable, no existe. Razones del corazón no hay. Es el cerebro determinado por las experiencias primarias familiares. Demasiado cientificismo pelotudo. Así y todo Ana sigue yendo aunque todas las semanas se pregunta para qué. Sale agotada de defender sus ideas y aún más convencida que antes de entrar. Por suerte tiene espíritu crítico y toma sus propias decisiones. Como de costumbre.

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